Para morir, primero hay que aprender a vivir

Por Lorena Guadalupe Hernández Pérez.

Cuando hablamos de muerte y duelo, la mayoría de las veces pensamos en tristeza y dolor, en abandono y separación. No es fácil imaginarnos que un día habremos de perder a aquellos a quienes amamos. Menos fácil es imaginar que un día seremos nosotros los que habremos de dejar atrás a seres que sufrirán con nuestra partida o se quedarán desprotegidos al ya no estar bajo nuestro cobijo.

Pasamos entonces la vida intentando olvidar que la muerte existe. Eso está bien si acaso eres de las personas que viven al máximo su existencia. Está bien si eres consciente de lo maravilloso que es cada segundo y lo aprovechas al máximo; si amas sin miedo y si entregas alma y cuerpo a lo que para ti vale la pena.

Pero resulta, que la mayoría de nosotros pasamos la vida como si fuésemos a vivir para siempre y como si “mañana” estuviera asegurado en nuestra historia. Dejamos para después lo importante para solucionar lo que se ha vuelto urgente en nuestra agenda. Para después, quedan los momentos compartidos en familia; para después queda el proyecto con el que siempre soñaste y para después queda, quizá también, ese gran cambio que sabes que necesitas pero que no te atreves a dar.

Sin embargo y aunque evitemos pensar en ello, en la linealidad en que vivimos, un día nuestro tiempo se termina y habremos de enfrentarnos a la muerte. Y no digo que debamos vivir temiendo que ese momento llegue y que vivamos basando nuestras acciones en ese miedo a morir mañana. No. Simplemente digo que la conciencia de la muerte debe servirnos de recordatorio para que aprovechemos la vida. Es entonces imperante que, si aún no hemos aprendido a vivir, empecemos hoy a educarnos en este sentido.

Yo no estoy capacitada para decirte como aprender a vivir, yo misma disto mucho de saber vivir en plenitud, sin embargo, me atrevo a darte unas cuantas recomendaciones para que, si quieres, inicies o continúes el camino hacia una vida plena.

En primer lugar, quiero sugerirte que no justifiques tus acciones en el ayer. Asume la responsabilidad del aquí y el ahora. Si cuando pequeño te trataron mal, o si sufriste por alguna enfermedad o discapacidad, eso ya es pasado. Cura el dolor vivido y continua tu camino. Siempre existe la posibilidad de curar una herida abierta. Si es necesario pide ayuda para superarlo, atiéndete y sigue adelante.

¿Perdones pendientes de dar? Es tan difícil vivir guardando rencor en el corazón, tan desgastante y tan inútil estar enojado, que bien valdría la pena perdonar y entender a quién nos ha ofendido. No digo que le justifiques y que regreses a esa persona a tu vida, quizá mejor es que cada quien viva su vida en separado, pero no hay victimario sin una víctima que se lo permita, así que también asume la parte que te toca y perdónale y sigue tu vida libre de resentimientos.

Importante será también que inicies esta lista de perdones, perdonándote a ti mismo.

Y ¿qué tal? ¿Hay algún perdón que debas pedir tú? Hoy es un buen día para decir lo siento. No te esperes a mañana. Lo mejor que puedes hacer por quien ofendiste es ayudarle a liberar su corazón del rencor que pudiera sentir hacía ti. Si hay alguna forma de resarcírsele económica o moralmente, hazlo ya.

¿Planes pendientes de efectuar? Traza ya el camino para conseguirlos y atrévete a empezar a dar los primeros pasos para lo que deseas. No te canses de caminar hasta lograrlo. Si en el camino te encuentras obstáculos enfréntalos. Si es necesario, toma un receso, pero determina también el tiempo que debe durar ese receso, no vaya a ser que al volverse demasiado largo vuelvas a dejar de lado lo que tanto deseas. Entrega el alma a lo que realmente quieres, ponle pasión y esa fuerza hará que sean más acertados tus esfuerzos.

Ama, ama con fuerza y sin miedo. Da y aprende a recibir. Cuando des, no esperes retribución alguna. Cuando recibas agradece y disfruta lo obtenido. El amor en equilibrio es el más sano amor. Curiosamente el amor desinteresado abre nuestro corazón y nuestra mente a las bondades y dadivas de quienes amamos, volviendo la relación en una sana circunferencia donde todos dan y reciben.

Cuando falles, falla con elegancia y con gracia. Ten la certeza de que la experiencia te hará más sabio y te permitirá ser más asertivo. Aprende de tus errores y disfruta tus aciertos. Cuando sea necesario, aprende a reírte de ti mismo.

Educa a tus hijos sin sobreprotegerlos, ellos necesitan aprender a saber resolver problemas y a crear soluciones. Si tú haces todo por ellos sin permitirles que enfrenten sus propias batallas, los incapacitarás a vivir en el mundo real. Permíteles afrontar responsabilidades y darse cuenta de las consecuencias de sus actos. No los hagas dependientes de ti.

Da gracias a Dios tantas veces como puedas en el día, siempre que lo recuerdes. Cuando menos hazlo dos veces al día. Al despertar y por la noche son buenos momentos para realizar este ejercicio. Un corazón agradecido abre su vida a las cosas buenas de la vida.

Finalmente procura aprender algo nuevo cada día, ejercita tu mente y tu cuerpo siempre que puedas. Alimenta tu mente y tu cuerpo con cosas que le nutran. Tú eres responsable de lo que entra a ti. Se selectivo en lo que escoges.

Seguramente si aprendes a vivir no importará el momento en que la línea del tiempo se termine en tu historia. Si vives bien hoy, no importa si mueres mañana. Si haces hijos fuertes, podrán superar tu muerte. Aprende a vivir para que cuando llegue el momento sepas morir.